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Exposición de fotografías elaboradas por ANFASEP en el marco del día internacional de los desaparecidos, 30 de agosto |
Nos encontramos con un conjunto de paquetes que complejizan
la violencia y que el sujeto, que es mujer y procedente de la comunidad andina,
está lleno de memorias, se
moviliza a la ciudad y opta por diferentes mecanismos para poder solventarse,
tener una vida digna, un techo propio y, en pocos casos reclamar sus derechos. Ubicados
en los Asentamientos Humanos, caracterizados por abismales brechas sociales,
económicas, étnicas y que se les percibe como “… insignificantes: pobres, rurales, indígenas, mujeres. Y vuelve a
reaparecer la trensa de discriminaciones y desprecios.” (Degrégori, 2015,
pág. 260). Empero, la vivencia del conflicto armado interno y la violencia
rutinizada no terminan consumiendo y opacando a las actrices sociales. Si
reparamos el uso, la invención y re-invención de la parafernalia de estrategias
culturales para poder salir de estos ciclos de violencia veremos que las
actrices sociales innovaron nuevos sentidos de género, utilizaron su presupesto
cultural para desarrollar la capacidad de resiliencia.
Si
bien es cierto, que en este contexto de la post-guerra la mujer “se propone
legitimar su presencia y respaldar sus espacios ganados ubicándose como sujeto
social en las tareas de reconstrucción y desarrollo local” (Coral, 1999,
pág. 359).
Dicha autora nos muestra la participación en tres etapas un antes, en el cual
la mujer era invisibilizada, donde cumplía roles domésticos; luego, un periodo
de conflicto, donde la mujer sufre una infinidad de vejámenes que se arraigan
en lo más profundo de su subjetividad; y, por último, en la post-guerra, en el
cual predominan las jefaturas y las mujeres son visibilizadas porque emprenden
demandas sociales de reconocimiento y reparación por parte del Estado.
La asignación casi completa de responsabilidades y la
sobrecarga de trabajo hacia la mujer propició un escenario fértil para la
participación en espacios públicos y representativos. En consecuencia, las
ideas sobre género entraron en un proceso de re-significación como “ warmikunaqa qarikina karaniku” “Las mujeres pues tenemos más fuerza para
podernos recuperar” “padre y madre he
sido para mis hijos”. Se contempla la andexación de los roles tradicionales
que el varón cumplía para un nuevo sentido de género conocido como mujer “warmi-qari” (mujer-varón). La acepción
anterior era una característica propia de las mujeres viudas que tenían mayor
acceso a los espacios públicos, eran “warmisapas” (Theidon, 2004, pág. 131). Se empieza a
redefinir, las estructuras de género y relaciones identitarias, las
femeneidades a partir de la situación de las masculinidades. Quienes estaban “ausentes”, en sentido físico, en sus
hogares.
Muchos de los testimonios recolectados por la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, y la literatura antropológica sobre la violencia
política nos muestran que las mujeres tienden a priorizar el bienestar de los
“otros”, así como comentar sobre los problemas de sus hijos, sobre como
desapareció su familiar y las acciones de búsqueda irrenunciable. Dedicándole
un reducido tiempo para sus sentimientos.
Sin embargo, puede parecernos una paradoja pero a través del cuidado de
los otros se cuida tambien ella. “No voy
a las atenciones, ni al hospital para curarme. Mis hijos son primero, si están
bien ellos yo tambien estoy.” Una
moral del cuidado (Gilligan, 1982), una maternidad
hegemoniza las representaciones discursivas de sus vidas que las hace aparecer
como heroinas. Adicionalmente impera un imaginario social sobre la capacidad
desarrollada por las mujeres de hacer frente a la realidad adversa, de asumir
con gran responsabilidad los espacios de representación, producto de una
continuidad política venidera desde las organizaciones que proceden como
Comedores populares, organizaciones gremiales del mercado, organizaciones de
búsqueda de personas.
“Lo que he sufrido me ha
hecho abri los ojos, hemos madurado mucho, las mujeres hacemos bien nuestros
cargos, con responsabilidad; en cambio los varones se gastan bebiendo. Nosotras
no”
El dolor, la incertidumbre de sus familiares, la violencia
experimentada se convirtieron en fuerzas motoras para sobresalir de su condición de mujer, víctima,
desprotegida, relegada y legitimarse en espacios económicos, sociales y
políticos haciendo uso de un repertorio discursivo que cambia de acuerdo a la
población. En las reuniones internas de
ANFASEP, la representación discursiva de la mujer gira alrededor de la
valentía, la fuerza de sobreponerse y la capacidad de resiliencia. Mientras que
en reuniones multisectoriales la representación discursiva se agrupa en la
victimización por la sociedad y el Estado poniendo énfasis en las constantes
discriminaciones que experimentan y el poco compromiso de buscar la verdad.
Todo el repertorio de mecanismos culturales utilizados en la
sociedad de la posguerra insiste en re-conocer la capacidad de resistir,
sobreponerse y salir de experiencias dolorosas (Gamarra, 2010). Es decir, la
resiliencia cultivada por las mujeres les abrió un abanico de oportunidades,
transitando del dolor hacía la acción y construcción de ciudadania y desarrollo (Reynaga, 2008). Los puntos de
inflexión provocan una respuesta emocional y cognitiva permitiendo darle vuelta
al problema y buscar agujeros de escape para aprovecharlos de cierta
manera. La resiliencia no solo opera en
aspectos psicológicos sino, mas bien,en las distintas dimensiones de la vida.
Pero tres componen las reguraridades en la vida de las mujeres; primero, en las
argucias económicas (responsabilidades sobrecargadas); segundo, en el ámbito
público (mayor insersión); y tercero, el manejo de las emociones y
sentimientos.
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Entierrro de Mamá Angélica Mendoza de Ascarza, presidenta honoraria de ANFASEP |
Entonces, abordar estos problemas debe de “contribuir a discernir lo que somos como
pais, incluyendo la exclusión y las desigualdades persistentes, la falta de ciudadanía y la
debil institucionalidad política. Carlos Iván Degregori proponía que una
política de memoria en el Perú debía
contribuir a un ´nunca más´ de la violencia, pero tambien a un ´nunca más´ de
la exclusión, un ´nunca más´ de poca ciudadanía y un ´nunca más´ de la extrema
pobreza” (Del Pino & Agüero, 2014, pág. 24). Es decir, dar un buen
tratamiento y lectura cultural de la memoria para poder vivir en una sociedad,
en el cual potenciemos la convivencia y coexistencia social con criterios
tolerantes. Las experiencias anteriores son una forma de ganar la posguerra de
poco a poco.