jueves, 7 de septiembre de 2017

Estrategias culturales y ganando la posguerra: a propósito de ANFASEP


Exposición de fotografías elaboradas por ANFASEP en el marco del día internacional de los desaparecidos, 30 de agosto

Nos encontramos con un conjunto de paquetes que complejizan la violencia y que el sujeto, que es mujer y procedente de la comunidad andina, está lleno de memorias[1], se moviliza a la ciudad y opta por diferentes mecanismos para poder solventarse, tener una vida digna, un techo propio y, en pocos casos reclamar sus derechos. Ubicados en los Asentamientos Humanos, caracterizados por abismales brechas sociales, económicas, étnicas y que se les percibe como “… insignificantes: pobres, rurales, indígenas, mujeres. Y vuelve a reaparecer la trensa de discriminaciones y desprecios.” (Degrégori, 2015, pág. 260). Empero, la vivencia del conflicto armado interno y la violencia rutinizada no terminan consumiendo y opacando a las actrices sociales. Si reparamos el uso, la invención y re-invención de la parafernalia de estrategias culturales para poder salir de estos ciclos de violencia veremos que las actrices sociales innovaron nuevos sentidos de género, utilizaron su presupesto cultural para desarrollar la capacidad de resiliencia.

Si bien es cierto, que en este contexto de la post-guerra la mujer “se propone legitimar su presencia y respaldar sus espacios ganados ubicándose como sujeto social en las tareas de reconstrucción y desarrollo local” (Coral, 1999, pág. 359). Dicha autora nos muestra la participación en tres etapas un antes, en el cual la mujer era invisibilizada, donde cumplía roles domésticos; luego, un periodo de conflicto, donde la mujer sufre una infinidad de vejámenes que se arraigan en lo más profundo de su subjetividad; y, por último, en la post-guerra, en el cual predominan las jefaturas y las mujeres son visibilizadas porque emprenden demandas sociales de reconocimiento y reparación por parte del Estado.
La asignación casi completa de responsabilidades y la sobrecarga de trabajo hacia la mujer propició un escenario fértil para la participación en espacios públicos y representativos. En consecuencia, las ideas sobre género entraron en un proceso de re-significación como “ warmikunaqa qarikina karaniku[2]” “Las mujeres pues tenemos más fuerza para podernos recuperar”padre y madre he sido para mis hijos”. Se contempla la andexación de los roles tradicionales que el varón cumplía para un nuevo sentido de género conocido como mujer “warmi-qari” (mujer-varón). La acepción anterior era una característica propia de las mujeres viudas que tenían mayor acceso a los espacios públicos, eran “warmisapas[3] (Theidon, 2004, pág. 131). Se empieza a redefinir, las estructuras de género y relaciones identitarias, las femeneidades a partir de la situación de las masculinidades. Quienes estaban “ausentes”, en sentido físico, en sus hogares.

Muchos de los testimonios recolectados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y la literatura antropológica sobre la violencia política nos muestran que las mujeres tienden a priorizar el bienestar de los “otros”, así como comentar sobre los problemas de sus hijos, sobre como desapareció su familiar y las acciones de búsqueda irrenunciable. Dedicándole un reducido tiempo para sus sentimientos.  Sin embargo, puede parecernos una paradoja pero a través del cuidado de los otros se cuida tambien ella. “No voy a las atenciones, ni al hospital para curarme. Mis hijos son primero, si están bien ellos yo tambien estoy.”  Una moral del cuidado (Gilligan, 1982), una maternidad hegemoniza las representaciones discursivas de sus vidas que las hace aparecer como heroinas. Adicionalmente impera un imaginario social sobre la capacidad desarrollada por las mujeres de hacer frente a la realidad adversa, de asumir con gran responsabilidad los espacios de representación, producto de una continuidad política venidera desde las organizaciones que proceden como Comedores populares, organizaciones gremiales del mercado, organizaciones de búsqueda de personas.
“Lo que he sufrido me ha hecho abri los ojos, hemos madurado mucho, las mujeres hacemos bien nuestros cargos, con responsabilidad; en cambio los varones se gastan bebiendo. Nosotras no”[4]
El dolor, la incertidumbre de sus familiares, la violencia experimentada se convirtieron en fuerzas motoras para  sobresalir de su condición de mujer, víctima, desprotegida, relegada y legitimarse en espacios económicos, sociales y políticos haciendo uso de un repertorio discursivo que cambia de acuerdo a la población. En las reuniones internas de  ANFASEP, la representación discursiva de la mujer gira alrededor de la valentía, la fuerza de sobreponerse y la capacidad de resiliencia. Mientras que en reuniones multisectoriales la representación discursiva se agrupa en la victimización por la sociedad y el Estado poniendo énfasis en las constantes discriminaciones que experimentan y el poco compromiso de buscar la verdad.
Todo el repertorio de mecanismos culturales utilizados en la sociedad de la posguerra insiste en re-conocer la capacidad de resistir, sobreponerse y salir de experiencias dolorosas (Gamarra, 2010). Es decir, la resiliencia cultivada por las mujeres les abrió un abanico de oportunidades, transitando del dolor hacía la acción y construcción de ciudadania y desarrollo (Reynaga, 2008). Los puntos de inflexión provocan una respuesta emocional y cognitiva permitiendo darle vuelta al problema y buscar agujeros de escape para aprovecharlos de cierta manera.  La resiliencia no solo opera en aspectos psicológicos sino, mas bien,en las distintas dimensiones de la vida. Pero tres componen las reguraridades en la vida de las mujeres; primero, en las argucias económicas (responsabilidades sobrecargadas); segundo, en el ámbito público (mayor insersión); y tercero, el manejo de las emociones y sentimientos.

Entierrro de Mamá Angélica Mendoza de Ascarza, presidenta honoraria de ANFASEP

Entonces, abordar estos problemas debe de “contribuir a discernir lo que somos como pais, incluyendo la exclusión y las desigualdades  persistentes, la falta de ciudadanía y la debil institucionalidad política. Carlos Iván Degregori proponía que una política de memoria en el Perú  debía contribuir a un ´nunca más´ de la violencia, pero tambien a un ´nunca más´ de la exclusión, un ´nunca más´ de poca ciudadanía y un ´nunca más´ de la extrema pobreza” (Del Pino & Agüero, 2014, pág. 24). Es decir, dar un buen tratamiento y lectura cultural de la memoria para poder vivir en una sociedad, en el cual potenciemos la convivencia y coexistencia social con criterios tolerantes. Las experiencias anteriores son una forma de ganar la posguerra de poco a poco.




[1] Al respecto de la discusión de la memoria en las comunidades ayacuchanas, ver: Gamarra, 2002; Del Pino, 2003.
[2] Las mujeres éramos como los varones.
[3] Mucho más que una mujer o doblemente mujer.
[4] Conversación con una socia de ANFASEP.

0 comentarios:

Publicar un comentario